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No Hay Revolución Sin Sacrificio

En una de sus muchas expediciones polares, el Almirante Robert Peary, se dirigía al norte con uno de sus equipos de perros. Al finalizar el día, se detuvo para consultar su brújula y corroborar su posición, y cuál fue su sorpresa cuando se percató de que estaba muchísimo más al sur de lo que había comenzado ese mismo día.

El misterio se aclaró cuando encontró que había estado viajando todo el día sobre un gigantesco témpano de hielo. Las corrientes del océano halaban el témpano hacia el sur, más rápidamente de lo que los perros podían empujar el trineo hacia el norte.

Creo que hay momentos en los cuales muchos de nosotros se ha sentido así. Como iglesia trabajamos fuerte, para solo descubrir que seguimos perdiendo terreno. Nuestras actividades no siempre producen los resultados que quisiéramos ver. A veces parece que el “momentum” nos favorece y en otras no.

En el artículo anterior ( El Naufragio de la Iglesia )  mencionamos el hecho de que es paradójico el ver a una iglesia supuestamente creciendo en números y ver a la misma vez el crimen, el desasosiego y la inmoralidad creciendo a la par. ¿Por qué esto será así? Me temo que es porque todavía no hemos llegado al punto en donde estamos dispuestos a sacrificarnos personalmente. Somos gente que tenemos muchas preferencias, pero muy pocas convicciones. En el año 1972 el Tribunal Supremo de los Estados Unidos clarificó la diferencia que existía entre una convicción y una preferencia.  Después de todo, son las convicciones religiosas las que están protegidas por la Constitución, y no las preferencias. ¿Cómo las definieron? Según ellos, una convicción es una creencia religiosa, que se cree ha sido dada por Dios, y que por lo tanto no cambiará nunca bajo ninguna circunstancia. Cualquier cosa menos que eso es una mera preferencia.

A la luz de esta definición podemos decir que la iglesia actual se rige más por las preferencias que por las convicciones. De hecho, la definición vino como secuela o en relación a la convicción de un judío de un grupo quien no permitió que su hijo fuera a la escuela pública, por eso estar en contra de sus convicciones religiosas. El Supremo le dió la razón al judío. Estuvo dispuesto a ir a la cárcel por lo que creía. ¿Cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a ser encarcelados por nuestras convicciones?

Si verdaderamente queremos ver una revolución espiritual y una preservación de las libertades que ahora disfrutamos, tenemos que empezar a vivir una teología en tres vertientes: (1) una teología de penetración; (2) una teología de confrontación y (3) otra de supervivencia.

Una teología de penetración

 Alejandro Solchenitzyn, el escritor ruso y autor del “Archipiélago de Gulag”, dijo en una ocasión que a los Estados Unidos se le estaba haciendo tarde para cambiar el curso de las cosas, pero inmediatamente añade: “es mejor batallar, aunque sea de rodillas, que no hacer nada”. Y el que lea entienda que cuando menciona de rodillas, no se refiere a la oración, sino mas bien a batallar desde esa posición, porque se hizo tarde para batallar puestos de pie.

Nosotros hemos predicado cientos de veces sobre la porción bíblica de que somos sal de la tierra y luz del mundo. Por eso no voy a ser repetitivo. No obstante, quiero que consideren algunos puntos. Proporcionalmente, se necesita poca cantidad de sal para sazonar una cantidad considerable de carne. Y esta comparación se la podemos aplicar a la paradoja de la que hablábamos anteriormente.

Si yo fuera a señalar una razón para nuestra falta de influencia en el mundo, podría decir lo siguiente: Nosotros como individuos no estamos dispuestos a ser sal y luz en el lugar en donde estamos ubicados ( gracias a Dios por aquellos que sí están dispuestos ). Muchos de nosotros somos intimidados por el mundo y por el “que dirán”. Vamos a tomar como ejemplo a un profesional, una enfermera. Trabaja en una clínica en donde se practican abortos y racionaliza esa situación diciendo: “Bueno, de todos modos esa mujer iba a abortar como quiera, aquí o en otro lugar”. Es más, ni siquiera tiene que pensar en lo anterior, basta con pensar el hecho de que ese trabajo constituye sus habichuelas para ponerlo por encima de sus convicciones y la ley de Dios.

Nuestro adversario principal no lo es el humanismo secular, sino la propia secularización de la iglesia. Los verdaderos cristianos deberíamos de estar asistiendo y aportando en reuniones de padres y maestros y envolviéndonos activamente en todos los procesos de toma de  decisiones que haya en nuestras comunidades.

El Señor nos llama a ser luces en medio de las tinieblas. Irónicamente el mundo piensa que su exceso de conocimientos es luz. Pero si esto es cierto, ¿por qué si el hombre ha llegado a conocerse tan y tan bien, ha habido un incremento alarmante en divorcios y otros tipos de disfunciones?  Nada hermanos, solo la iglesia tiene la luz verdadera que es el Evangelio de Jesucristo. Algo importante es el hecho de que Dios nos dejó instrucciones claras en términos de que esa luz no se podía esconder.  Si el curso de las cosas continúa como pintan al presente, sabemos que cada día va a ser mucho más difícil el testificar abiertamente de nuestro Señor Jesucristo en los foros públicos. Es por eso que muchos líderes religiosos están buscando las maneras de presentar el evangelio “creativamente” dentro de las cuatro paredes, confinado ese mensaje a ese lugar y sacándolo de las calles, en donde realmente está la necesidad. Pero, ¿de qué vale una luz potente a plena luz del día en el medio del desierto? De nada, necesitamos la luz en medio de la noche más oscura para que pueda alumbrarnos el camino.

Una teología de confrontación

Hasta hace unos años atrás, los cristianos asumían que tenían que obedecer el gobierno en todo. La ley, era la ley y había que obedecerla y someternos a ella por mala e injusta que fuera. Gracias a Dios por personas como el Dr. Martin Luther King y otros que  nos enseñaron que cuando el estado nos pide que renunciemos a nuestras convicciones y le llamemos a lo malo bueno, no lo podemos obedecer. Francis Schaeffer fue claro al decir que si tú vas a obedecer siempre al gobierno, entonces tú reconoces que no hay un poder por encima del estado. El estado entonces se convierte en tu Dios.

No faltará alguien que diga: “Bueno Milton, ¿pero qué hay de Romanos 13 cuando el Apóstol Pablo nos exhorta a someternos a las autoridades superiores?  En primer lugar, en el contexto Pablo asume que el gobierno es uno bueno. Además debemos de recordar de que hay una diferencia entre la sumisión y la obediencia. Podemos someternos al estado al aceptar las penalidades que acompañen nuestra resistencia, sea la tortura o la cárcel. Tanto la Biblia, como la historia están llenas de ejemplos de personas que desafiaron las autoridades en fin de mantenerse fieles a Dios.

En los países comunistas ( aunque los mentirosos comentaristas de radio y TV digan que el comunismo se extinguió ), hoy día, los padres desobedecen al estado si le enseñan a sus hijos acerca de Dios. En muchos lugares de este planeta se reunen pequeños grupos a adorar a Dios en abierta violación a las leyes del estado. El compartir su fe es esos países es un delito. A continuación voy a decir algo que tal vez le pueda chocar a muchos, pero le pido a Dios que lo puedas leer en el espíritu y tus ojos espirituales sean abiertos. En las escuelas públicas de la nación americana es tan ilegal el hablar de Dios, como lo es en la China comunista o en Korea del Norte.

¿Estaríamos nosotros dispuestos a tomar la misma determinación que tomó Juan Bunyan en la Inglaterra del Siglo XVII? Para ese entonces a Bunyan le dijeron que si quería seguir predicando el evangelio en las calles tenía que sacar un permiso gubernamental. El ( Bunyan ) sabía que el estar licenciado, significaba control de lo que predicara y prefirió la cárcel antes que la licencia. Tenía una esposa que dependía de él y una hija epiléptica, para ambas él era su único sostén y cuidado. Pero él amó más a Jesús y no podía negar su llamado. Si Bunyan hubíese vivido en nuestros tiempos lo hubiéramos condenado, le hubieran llamado irresponsable, por no cuidar su familia y las críticas que la harían Biblia en mano.

Se dice que en su celda, en la parte exterior de la puerta estaba la licencia, al alcance de su mano. Lo único que tenía que hacer era extender su mano, firmar la licencia y era un hombre libre. Pero prefirió aquella inmunda, sucia y pestilente celda, en la cual no tenía ni siquiera una cama en donde reposar. Rehusó obedecer al estado. Muy pocos lo visitaban, todos sus colegas predicadores prefirieron someterse al estado.  En esa sucia mazmorra escribió uno de los mas grandes clásicos cristianos: El Progreso del Peregrino. Mucha gente piensa en la familia que quedó atrás, pero ¿acaso no se necesitaba más valor para confiar en que ese Dios al que le estaba siendo fiel era lo suficientemente poderoso para cuidar de su familia?

La desobediencia civil, una vez ignorada por los cristianos, se va a convertir en una importante herramienta a la vez que la agenda del Presidente Obama se va moviendo hacia apartar la nación de la tradición judeo-cristiana.

Una teología de supervivencia

 Muchos creyentes piensan que Dios está en la obligación de venir a nuestro rescate en la lucha que tenemos contra la decadencia que nos rodea. A veces pienso que toda esta avalancha de inmoralidad que nos asedia es parte del justo juicio de Dios. Y quien sabe si en los planes de Dios se encuentre la intensificación de la lucha y el que las fuerzas de la intolerancia nos arropen. Hermanos y amigos, el sufrimiento y la persecución son las marcas de fábrica de la iglesia y nuestro turno puede estar a la vuelta de la esquina.

Durante el verano de 1984, el Dr. Edwin W. Lutzer, pastor de la Iglesia Moody Memorial de Chicago, visitó la China comunista en unión a su familia. Lo que vió y contó debe servir de ejemplo para la iglesia occidental. La iglesia en China ha sobrevivido sin ninguna ayuda de los medios masivos de comunicación cristianos ( no existen allá ). No obstante, de menos de un millón de cristianos que había para el año 1950, se estimaba que para el 1984 habían más de 25 millones de creyentes. ¿Cuántos habrán hoy? Muchísimos millones más. ¿Cómo puede una iglesia sobrevivir en un lugar en donde la iglesia verdadera, no la oficial del estado, es ilegal?  ¿Cómo han podido crecer en un lugar, en donde la más mínima sospecha de “influencia occidental” ( léase “cristianismo”) es castigada con campamentos de trabajos forzados o la muerte pública? ¿Qué nos tiene que enseñar la iglesia China a nosotros?

En primer lugar, que la iglesia son personas, no edificios. Cuando la palabra iglesia es usada en el Nuevo Testamento, siempre se refiere a personas. Es por eso que el gobierno chino no ha podido destruirla, solo puedo acabar con las estructuras físicas. Ahora los creyentes se reunen en pequeñas células. Nuestro ministerio comenzó así, a veces lo olvidamos.

En segundo lugar, la iglesia en China le enseña a su gente que, cada cristiano es un ministro. Un líder cristiano chino le comentó al Dr. Lutzer: “Hemos entendido que ya no podemos depender de un líder o pastores, así es que nos esforzamos y hemos sido forzados a ministrarnos los unos a los otros”. Nadie se congrega en China por congregarse, o porque hay que cumplir con un programa semanal, sino que lo hacen para memorizar las Escrituras, copiando textos para atesorarlos en el corazón. ¡Wow, me imagino los estudios bíblicos!

En tercer lugar, podemos ver el valor de una iglesia pura. Allí le enseñaron a Lutzer que la persecución se llevó el llamado liberalismo teológico. Es entendible que aquellos que han humanizado totalmente el cristianismo no tengan razón para morir por el. Después de todo, ¿quién va a ir jóven a la tumba por un Jesucristo que ni  siquiera es Dios? ( como lo presentan hasta en seminarios teológicos de nuestro país ). A los hermanos chinos no hay quien les venga con un evangelio “wishy-washy”. Ellos se han purificado teológicamente y los métodos para esa purificación han sido brutales.  Tal vez no haya una iglesia que haya sufrido más en este tiempo que la iglesia china. Pero los cristianos que de allí emergen son unos totalmente entregados a Dios. Dios no solo les ha dado la gracia a la iglesia china para sobrevivir, sino también para crecer.

Finalmente, podemos ver la expresión de un gozo, que atrae, que fascina. De acuerdo con entrevistas hechas a estos hermanos, ellos aceptan a Cristo independientemente del costo que envuelve esa entrega, pero lo  hacen por el gozo y el testimonio de aquellos que ya han conocido al Señor. La autenticidad de su cristianismo ha sido probada.

No podemos permitir que nuestros propios intereses o luchas nos nublen la visión de la tarea de la Gran Comisión. El evangelismo y el discipulado trascienden a cualquier cultura o régimen político. Quiero concluir con un pensamiento de Peter Marshall, para dejarlo en sus mentes y muy en especial en la de aquellos que no acaban de entregarse pensando en que no tienen la preparación o que le temen al fracaso en algunas etapas de la lucha: “Es mejor fracasar en una tarea que eventualmente va a triunfar, que triunfar en una tarea que eventualmente va a fracasar”.

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